Desde la mirada de un niño: El día que la montaña avanzó hasta el mar


Corrían las primeras horas de la mañana. Salí de mi cuarto, caminé hasta el comedor donde estaba el televisor. A pesar de la lluvia que caía desde hace varios días, aún había electricidad. Encendí el televisor y estaba Hugo Chávez hablando. Con 6 años, no recuerdo de qué hablaba, pero si recuerdo que no se detuvo a pesar de que la montaña avanzara hasta el mar.

Ubicarme por días y situaciones exactas en orden cronológico, es prácticamente imposible.

Los muebles estaban cubiertos de bolsas plásticas. El apartamento está en el último piso del edificio, y el techo no estaba en sus mejores condiciones. La cantidad de lluvia que caía, terminó por filtrarse por cualquier espacio que encontrara. Mamá intentó proteger el árbol de navidad, el nacimiento, los adornos y las luces, aunque el esfuerzo fuese en vano.

A mamá le dije que tenía hambre. Ya no había electricidad, así que solucionó colocándole solo mantequilla a un pan. Para un niño de 6 años, podía ser cualquier situación, hasta que después creces y entiendes la gravedad de lo que pasaba.

Detrás de mi edificio, hay un cerro lleno de viviendas, algunas casas grandes y otras precarias, que evidentemente sufrieron más. Mamá y papá veían asombrados por la ventana que daba hacia esa zona, y cuando yo me asomé, vi como salían olas de agua y lodo por las ventanas de una casa, y se llevaba todo a su paso. Mi cara de asombro debió ser tal, que papá cerró la ventana para que no siguiéramos viendo.

Una de las mañanas, papá no estaba. Mamá tampoco. Lo primero que veo al despertar es a mi hermano de 7 años llorando. No había electricidad y seguía lloviendo. Al ver por la ventana, mamá estaba abajo, cargaba sola tobos de agua potable desde una cisterna, ya era bastante trauma para unos niños todo lo que ocurría, como para además verse solos.

Luego me enteré de que papá estaba buscando comida en la calle, como otros miles más de sobrevivientes. Regresó con poca comida, pero con un manjar: gomitas dulces, con formas de animalitos. De diversos colores, amarillas, rojas, verdes. Comimos tanto de eso que, si las veo en este justo momento 20 años después, puedo vomitarme. Mi hermano mayor de 17 años en ese momento, traía enlatados y algo que pudiese comerse, desde un abasto que una quebrada cercana había inundado.

Una tragedia vs un videojuego

La fila de helicópteros sobrevolando mi casa, yendo al este del estado me recordaba a una guerra del videojuego StarFox de Nintendo 64, el que por cierto no había podido jugar porque no había electricidad.

Me asustaban enormemente. Entendía tan poco, pero estaba convencido que eran como las naves espaciales del videojuego, estaban cumpliendo misiones contra los malos.

Cuando la lluvia cesó, llegó el momento de salir. En Vargas no se podía vivir, no había agua ni electricidad. Mucho menos comida, ni manera humana de trasladarse. Aunque parezca una radiografía de la actualidad, podría asemejarse si no se tratara de un desastre natural, y no de una política de Estado.

Era la primera vez que salía a la calle en unas dos semanas, quizás más. No había piso, solo montañas de tierra, animales muertos, neveras, cocinas. Así que aquí entró la segunda analogía inocente que veía. Un comic llamado "Street Sharks, los tiburones de la calle", rompían el piso con su fuerza y luchaban contra los villanos de la ciudad. En medio de todo el caos por huir, yo veía esos tiburones en Vargas luchando contra el mal.

Empacamos lo que se pudo en bolsos. En la avenida nos esperaba un vehículo oficial del antiguo Cuerpo Técnico de Policía Judicial (PTJ) donde laboraba un familiar. Con destino a Los Valles del Tuy, donde nos recibiría otro familiar. Allá, pasamos navidades y año nuevo. Donde vivían dos personas, ahora vivíamos hasta 12 familiares.

Allá nos reencontramos todos de nuevo. Cuando a alguno de los tíos le tocaba volver a Vargas, habían muchos abrazos y lágrimas.

A Dios gracias, ningún familiar o amigo murió en la tragedia de Vargas. Mientras pasaban los días en casa de mis familiares, mamá debió regresar a la casa. Estaba sola, mientras reparaba el apartamento. Aunque tenía miedo, los vecinos se organizaron para cuidar la urbanización. Papá, que trabajaba en una trasnacional, fue reubicado a Puerto Cabello.

Mis hermanos y yo volvimos a casa pasados par de meses. Aunque tenía 6 años, puedo contar la historia de cómo viví esos días. Luego de 20 años, sigo recordando el día que la montaña avanzó hasta el mar.

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